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lunes, 16 de diciembre de 2019

¿Por qué Krause?



La primera pregunta a la que intenta responder cualquier estudioso del krausismo es siempre la misma: ¿por qué Krause?.  La explicación de Sanz de Río resulta ser bastante convincente conociendo el final de la historia. Él llegó a la conclusión de que era la más conveniente para España, y no le faltó razón: el krausismo fue fructífero y conveniente para el país, por lo que quizá su intuición no iba tan desencaminada. Estamos hablando de un país que se cerró en Trento a cal y canto, y en el que no había pasado la censura eclesiástica ninguna de la corrientes filosóficas europeas. El krausismo parecía un compendio de  lo que más necesitaba el pensamiento español: racionalidad, sentido ético, amor a la ciencia, y algo que se repite obsesivamente: armonía. En él, todo era posible. Frente al muro que ponía la escolástica a cualquier tipo de idea, el krausismo las aceptaba y comprendía todas. Era como una píldora de europeísmo que actuaba como complejo vitamínico: en él había de todo lo que se necesitaba, y nada de lo que hubiera podido crear divisiones entre las filas liberales. De hecho, entre los krausistas acabó habiendo de todo: positivistas, neokantianos, socialistas, costistas, republicanos... lo único que quedaba fuera era el enemigo real a batir: la escolástica y la superstición e hipocresía del catolicismo oficial.
 
La manera en que la escolástica cerraba cualquier posibilidad de pensamiento está perfectamente descrita en "el jardín de los frailes", modelo de la enseñanza con que la Iglesia propagaba la encefalitis letárgica, y en la que se enseñaba a discurrir con silogismos, negando la mayor o modificando la segunda:

"Aprendimos a refutar a Kant en cinco puntos, y a Hegel, y a Comte, y a tantos más. Oponíamos a los asaltos del error buenos reparos: "1º, es contrario a las enseñanzas de la Iglesia...2º, lleva directamente al panteísmo...", y otras rodelas imperforables. El positivismo disputaba al materialismo el calificativo de grosero. El panteísmo era repulsivo. ¡Lo que nos hemos reído del judío Spinoza!"[1]

Acostumbrados a este tipo de enseñanza, a estas "rodelas imperforables" ¿es de extrañar que cuando Sanz del Río hablaba desde la cátedra fueran a escucharle no solo sus discípulos, sino catedráticos, literatos y estadistas? En los escasos años que median entre su entrada a la cátedra en 1854 y su muerte en el 69 reunió en torno a sí a todos los que esperaban una buena nueva, un pensamiento que orientara y que alimentara una esperanza. "Era menester, según esa generación, militar bajo un gonfalón ideológico cualquiera, con tal de que fuera radicalmente nuevo y ofreciera por lo menos una tenue promesa de rescatar el país de la atrofia espiritual reinante"[2].

No hubiera sido fácil para otra filosofía podía haber creado esa esperanza entre los liberales. El hegelianismo estaba entonces polarizado entre su derecha y su izquierda, no era sencillo mantener con él ese ambiente de renovación que alimentaba el krausismo, ni de unidad. El positivismo era demasiado frío para un país que necesitaba, ante todo, una reforma moral. La armonía krausista recogía a todos los que, interesados por la ciencia y el progreso podían haber militado en sus filas. Recogía también con su humanismo a todos los reformadores sociales. Introducía, con su sentido religioso algo de lo que el protestantismo había introducido en Europa: la libertad de conciencia, la racionalidad y el laicismo. Obligaba a los liberales a dejar de llorar sobre la realidad española y poner manos a la obra. Su europeísmo clarísimo "armonizaba" con la necesidad de sacar lo mejor de la tradición española. Machado es buen ejemplo de eso. Todo lo que podía ser útil para la regeneración del país cabía en esa armonía krausista, en la que las mejores cosas podían estar juntas como por ensalmo. Individualismo, sí, pero no subjetivismo, ni relativismo. Ciencia sin perder de vista la posibilidad de racionalizar el mundo moral. Defensa de los particularismos nacionales sin olvidar el universalismo de la razón... una panacea.

Como catecismo, era el que mejor le cuadraba a la realidad española. Nace en los años en que Isabel II escandalizaba a cualquier mente razonable. "Isabel II vivió en extraña simbiosis con Sor Patrocinio, el padre Claret, el rey Francisco...y el galán de turno (...) Pero los viejos generales y políticos no podían con aquella señora, ni con su marido, ni con la monja"[3]. Frente  a Isabel II había una nueva generación de liberales, hijos ya de la libertad de imprenta. Tres de los presidentes de la I República fueron filósofos, hegelianos y krausistas y, pese a las expulsiones de las cátedras, ya había en España quien enseñaba a Darwin. El ambiente era propicio a todo intento de regenerar al país y ponerlo a la altura de los tiempos.

La saña con la que Menéndez Pelayo trata a Sanz de Río, es muy superior a la que despliega con cualquier otro de los heterodoxos. Pierde con él cualquier asomo de objetividad. Si uno lee los heterodoxos encuentra que, pese al carácter reaccionario de su exposición, Menéndez Pelayo no deja de ser un crítico agudo, y no deja de reconocer a los erasmistas o a Miguel de Molinos, por ejemplo, su calidad literaria, aunque considere normal la actuación inquisitorial contra ellos. Con Sanz del Río carece de piedad. Resulta bastante evidente que los neocatólicos conocían que aquello era un peligro. Su anticlericalismo era racional, no se podía mandar contra ellos a la guardia civil. Ofrecía una moralidad evidente, sus defensores eran personas de probada valía moral, de vidas ejemplares y austeras que contrastaban con el mal ejemplo que ofrecía el clero. Le arrebataban de ese modo a la iglesia una bandera. Es probable que Sanz del Río o Salmerón hablasen en un idioma "filosófico" innecesariamente complejo, tal como dice Menéndez Pelayo, lleno de solecismos. Pero curiosamente eso no parecía arredrar a los adeptos, es más, daba la sensación de rigor intelectual.  Comenta Caro Baroja: "El pueblo quedaba, por otra parte, maravillado ante tanta ciencia como la que veía en aquellos oradores afirmativos"[4]. Algo de esa emoción queda reflejada e el extraño idioma que inventa el filósofo zapatero Belarmino y en su admiración por Salmerón.

Los Krausistas fueron abandonando a Krause y acercándose a otras filosofías más de acuerdo con la realidad, pero a todos les queda algo de ese espíritu con el que trajeron lo mejor del aliento civilizador europeo, la racionalidad, la ciencia, el humanismo, el laicismo y una renovación moral.





[1] El jardín... alianza ed, pag 49
[2] López Morillas, el krausismo español, Fondo de cultura económica, México, 1956, pág 26
[3] Caro Baroja. Int a una historia contemporánea del anticlericalismo español" Istmo, 1980, pág 199
[4] oc, pág 205

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